martes, 22 de mayo de 2012

Arde Roma

Introducción 

El gran incendio de Roma es uno de los acontecimientos históricos mejor conocidos. Sin embargo, extrañamente, se han escrito pocos libros sobre el incendio y los acontecimientos que lo rodearon y que supusieron un gran punto de inflexión: el fin de la dinastía romana creada por Julio César. ¿Pensamos quizá que sabemos todo lo que se puede saber de esa gran catástrofe? Después de todo, ¿quién no ha oído hablar de la historia del emperador loco, Nerón, que prendió fuego a Roma y luego se puso a tocar el violín mientras ardía la ciudad a su alrededor, y que acabó echando la culpa a los cristianos del fuego y convirtiéndolos en antorchas humanas? Ah, pero ¿estaba loco Nerón, fue él quien inició el fuego, tocaba el violín,* y quemó a un solo cristiano en realidad? ¿Es cierto acaso lo que se cree habitualmente del gran incendio? En el siglo xx, muchos estudiosos e historiadores empezaron a valorar de nuevo la figura de Nerón como gobernante. ¿Se ha retratado mal a Nerón a lo largo de los siglos? Ciertamente, podemos descartar el incidente del violín de inmediato: es un mito. El violín fue un instrumento que no surgió en Europa hasta un milenio más tarde de Nerón. De modo que éste no pudo tocar el violín mientras ardía Roma. ¿Tocó entonces algún otro instrumento? ¿La lira por ejemplo? Sí, era un notable intérprete de la lira pequeña, parecida a un arpa, único instrumento de cuerda que usaban los romanos en los tiempos clásicos. Pero ¿tocó la lira precisamente el 19 de julio del año 64 d.C. en Roma, o durante los días siguientes, mientras Roma ardía? Si debemos creer a Tácito, uno de los historiadores romanos más fiables del siglo i d.C., que vivió el gran incendio de Roma cuando tenía nueve años, Nerón no tocó la lira en Roma mientras ardía la ciudad. Pero sí que la tocó la noche que estalló el primer fuego: Tácito sitúa a Nerón en la ciudad de Antium, la Anzio moderna, en la costa oeste de Italia, tocando la lira. Esto, claro está, no descarta la posibilidad de que Nerón hubiese ordenado el incendio de Roma. Nerón, según decía Tácito, tocó la lira en un concurso musical en Antium, lugar de nacimiento del emperador, la noche del 19 de julio. En cuanto le informaron del fuego volvió a la capital, donde dirigió industriosamente las operaciones contra incendios y la provisión de refugio y comida para la población. Fue otro historiador romano, Dión Casio, senador, antiguo cónsul, general y gobernador de varias provincias romanas, quien escribió que Nerón tocaba alegremente la lira en Roma mientras la ciudad ardía, y de él sobre todo nos ha llegado a nosotros la historia de que «tocaba mientras ardía la ciudad». 
Pero Dión Casio redactó su versión de los acontecimientos 165 años después del gran incendio. Y al escribir lo que escribió sobre Nerón y el incendio, está claro que Dión malinterpretó o citó mal a Tácito y a otro historiador del siglo i, Suetonio. Esto es lo que dijo Dión en el siglo iii sobre el inicio del gran incendio de Roma, echando la culpa de la conflagración directamente a Nerón: «Envió en secreto a unos hombres que fingieron estar borrachos u ocupados en algún otro tipo de maldades, e hizo que prendieran fuego a uno o dos o incluso varios edificios en distintas partes de la ciudad, para que la gente quedara desconcertada, incapaz de encontrar el origen del problema y también de ponerle fin».1 Esto que afirma Dión, que el fuego del 64 d.C. fue iniciado deliberadamente en un 13 cierto número de edificios en distintas partes de la ciudad, está en contradicción con la información de Tácito. La versión de Tácito, aceptada en general por los historiadores, dice que el gran incendio empezó en una sola ubicación, en el Circo Máximo. Pero sigamos a Dión un poco más. También dijo, después de describir gráficamente cómo afectó el fuego al millón o más de residentes con que contaba la ciudad, causando grandes sufrimientos: «Mientras toda la población se encontraba en aquel estado mental, y muchos, enloquecidos por aquel desastre, se arrojaban a las propias llamas, Nerón se subió al tejado del Palatium [su palacio en la colina Palatina de Roma], desde el cual se tenía la mejor vista general de gran parte de la conflagración, y vestido de tañedor de lira, cantó “La caída de Troya”, como la llamaba él, aunque a ojos de los espectadores fue “La caída de Roma”».2 Para empezar, todo el monte Palatino quedó destruido por el fuego, incluido el Palatium, como consignaría el propio Dión. Junto con todos los demás edificios de la colina Palatina, el palacio quedó consumido por la primera etapa del fuego. Aun asumiendo que Dión afirmase que Nerón se subió al tejado del Palatium a tocar la lira durante los primeros momentos del fuego, antes de que las llamas alcanzasen el palacio, ningún otro escritor romano sitúa a Nerón en el tejado de su palacio de Roma, tocando la lira, en ningún momento del gran incendio. Tácito afirma que Nerón sólo volvió a Roma cuando oyó decir que el fuego se estaba aproximando a su palacio. Está claro que Dión tomó esta idea del biógrafo de Nerón, Suetonio, cuyos padres vivían en Roma en la época del gran incendio, efectivamente. El propio Suetonio nació unos cinco años más tarde. Suetonio hizo culpable a Nerón de aquella conflagración: Fingiendo estar disgustado con los grises edificios viejos y las calles de Roma estrechas y serpenteantes, él [Nerón] prendió fuego a la ciudad con todo descaro. Aunque una partida de ex cónsules interceptó a sus ayudantes, armados con estopa [la parte más áspera y rota del lino y el cáñamo] y antorchas encendidas, entrando en sus propiedades, no se atrevieron a interferir. 14 Suetonio sigue diciendo de Nerón: También codiciaba los lugares de diversos graneros, construidos de sólida piedra, junto a la Casa Dorada. Después de derribar sus muros con artefactos de asedio, incendió el interior. El terror duró seis días y siete noches, haciendo que mucha gente se refugiase en monumentos y tumbas. Los hombres de Nerón destruyeron no sólo un vasto número de casas de pisos, sino también mansiones que habían pertenecido a famosos generales, y todavía estaban decoradas con sus trofeos triunfales. También templos consagrados y dedicados a los reyes (de Roma), y otros durante las guerras Púnicas y Gálicas. De hecho, monumentos muy antiguos de interés histórico habían sobrevivido hasta aquel momento. Nerón vio la conflagración desde la Torre de Mecenas, embelesado por lo que llamaba «la belleza de las llamas», y luego se puso sus ropajes de trágico y cantó «El saqueo de Ilión», de principio a fin.3 Aquí tenemos pues el relato de Suetonio, escrito varias décadas después del hecho, en el cual se describe a Nerón cantando mientras Roma ardía, pero no desde el tejado de su palacio. Dión Casio escribió su historia de Roma utilizando las obras de escritores anteriores y añadiendo sus propias opiniones, desviaciones y floreos, por ejemplo cambiando el nombre de la melodía que supuestamente tocaba Nerón, al parecer para dar más énfasis a su afirmación de que Nerón celebraba la destrucción de su capital. Y desde luego, el relato del fuego que hizo Suetonio se encontraba entre aquellos a los que tuvo acceso Dión, mucho después de que se escribiera. Aunque Tácito no lo menciona, existe una gran probabilidad de que cuando Nerón llegase a Roma desde Antium, en realidad observara el fuego desde el mirador de la Torre de Mecenas, que permanecía en pie en la colina Esquilina, en los jardines imperiales de Mecenas. El fuego al final se detuvo a los pies de la Esquilina. Y quizá Nerón cantase una canción o dos durante aquella tensa semana del incendio. Pero ¿celebró el fuego, y lo inició él realmente, como aseguraba Suetonio, el único en decir tal cosa entre los escritores del siglo i o ii, y como recogía mucho más tarde Dión? 15 Algunos de los «hechos» que da Suetonio y que aparecen en su libro De vita Caesarium o Vida de los Césares son palmariamente incorrectos, mientras que otros están mezclados y resultan confusos y algunos son inventados, sin más. Al parecer Suetonio empezó a escribir ese libro durante el reinado del emperador Adriano, cuando el historiador estaba a cargo de los registros imperiales que se recogían en el Tabulario, los archivos oficiales de Roma. Suetonio había completado las tres primeras partes de aquel libro sobre los Césares, que cubrían a Julio César, César Augusto y Tiberio, cuando cayó en desgracia con el emperador y perdió tanto su puesto como el acceso a los registros oficiales, después de comportarse con descortesía con la emperatriz Sabina. Hasta aquel momento en su libro abundan las citas de cartas, diarios y memorias no publicadas de las figuras sobre las que escribía. A partir de aquel punto Suetonio tuvo que fiarse de otras fuentes de información... sobre todo, cotilleos. Como consecuencia, en su biografía de Nerón a menudo encontramos afirmaciones como «algunos dicen», «según mis informantes», o «se dice», y Suetonio va relatando anécdotas sensacionales y difamatorias de Nerón, una tras otra. Para sus lectores, antiguos y modernos, las revelaciones de Suetonio sobre Nerón y sus temas imperiales contribuyen a hacer la lectura más picante, pero desde luego, la historia no necesariamente resulta más fiable. Flavio Josefo, el rabino judío, general y escritor que se convirtió en favorito de los emperadores Flavios, Vespasiano, Tito y Domiciano, y que estaba en Roma en la época del gran incendio, diría, unos años más tarde: «Muchos han compuesto la historia de Nerón, y algunos de ellos se han apartado de la verdad de los hechos a causa de sus favores, habiendo recibido beneficios de él». Josefo aludía a algunos como Cluvio Rufo y Plinio el Viejo, que se sabe que escribieron sobre Nerón, aunque sus obras, a las cuales se refiere varias veces Tácito, han desaparecido. «Mientras otros», seguía Josefo, «por puro odio hacia él [Nerón] y la gran inquina que le profesaban, han despotricado de una manera tan descarada contra él a base de mentiras que merecen ser condenados con toda justicia».4 16 Uno de los autores que caía en esta última categoría de Josefo podría ser el historiador Fabio Rústico. Considerado por Tácito «el mejor de los escritores modernos», Fabio se había elevado a una «posición de honor» por su amistad con Séneca y el patronazgo que éste le prestó, y por lo tanto debió de contrariarle mucho el sangriento fin que tuvo Séneca, dándole motivos para odiar a Nerón y encontrarse entre los que «despotricaban descaradamente contra él» después de la muerte del emperador. Hasta Tácito tuvo que admitir que de todos sus contemporáneos, Fabio era el único autor que aseguraba que Nerón deseaba a su propia madre, Agripina la Joven. Todos los demás historiadores del momento, decía Tácito, afirmaban que fue Agripina quien intentó seducir a Nerón para recuperar el poder que tenía sobre él, y ésta era la verdad aceptada sobre el asunto.5 El propio Josefo no tenía motivo alguno para amar a Nerón. Siguiendo las órdenes de Nerón y en nombre de Nerón, Vespasiano y su hijo Tito hicieron la guerra contra los judíos en Palestina, el año 67 d.C., y destruyeron Jerusalén y el Templo. Sin embargo Josefo, que aseguraba que su único interés era la verdad, no hizo caso alguno a los que vilipendiaban falsamente a Nerón. Suetonio encajaba a la perfección en la categoría de «descarados mentirosos » que escribieron falsedades sobre Nerón. Es fácil sospechar cuáles son las invenciones de Suetonio, que parecen muy alejadas incluso del clima político y moral de aquella época, pero no resulta tan fácil probarlas. «No me sorprenden aquellos que han escrito mentiras sobre Nerón», continuaba Josefo, «ya que en sus escritos no han preservado la verdad histórica referente a aquellos acontecimientos que tuvieron lugar en tiempos anteriores, aunque los protagonistas [de esas obras] no hubiesen podido incurrir de ningún modo en su odio, ya que esos escritores vivieron mucho después de sus tiempos». Josefo quizá muriera antes de que Suetonio publicase su Vida de los Césares, con sus sensacionales afirmaciones sobre las costumbres, estilo de vida y deslices de los antiguos Césares, así como de Nerón. Otros autores eran igualmente difamatorios. «En lo que concierne a esos autores que no tienen interés alguno por la verdad», seguía diciendo 17 Josefo, «pueden escribir lo que quieran, porque eso es lo que se deleitan en hacer».6 La cuestión de la veracidad en las obras de los autores romanos nos lleva a la moderna y extendida creencia de que en un intento de encontrar cabezas de turco para el incendio, Nerón martirizó a los cristianos de Roma, una creencia que se ha encarnado en una leyenda cristiana. ¿Dónde se originó semejante creencia? En el Nerón de Suetonio encontramos la breve referencia en su descripción de la vida y carrera de Nerón: «Se infligieron también castigos a los cristianos, una secta que profesaba unas nuevas y malignas creencias religiosas».7 Esta única frase aparece fuera de contexto, sin referencia alguna al gran incendio y sin relación con él, y se puede considerar casi con toda seguridad una adición posterior y ficticia al texto original de Suetonio, añadida por un copista cristiano. Sorprendentemente, Tácito, en sus Anales, asegura que Nerón castigó a los cristianos de Roma en concreto por el gran incendio, aunque la obra se puede considerar bastante fiable en otros sentidos, en términos de hechos históricos. Tal y como se indica bajo el epígrafe de «Nerón» en ediciones recientes de la Encyclopaedia Britannica, muchos historiadores actuales creen que ese cuento de la persecución de los cristianos es apócrifo, y que fue insertado en los Anales de Tácito por parte de un copista cristiano, siglos después.8 Ninguna de las copias de los grandes libros romanos como los Anales que existen hoy en día es original. Son copias muy posteriores, a menudo creadas siglos después de la primera edición, mediante el proceso laborioso de escritura a mano por el que pasaban todos los libros antes de la invención de la imprenta, cosa que hacía que la inserción de interpolaciones inventadas fuese muy sencilla y, a menos que un lector estuviese en posesión del texto original, indetectable. Esas copias de obras antiguas romanas se encontraron, a lo largo de los últimos siglos, en las bibliotecas de monasterios e instituciones cristianas (la tarea de escribir libros a mano se convirtió en competencia de los monjes, en la sociedad cristiana) y en las bibliotecas privadas de aristócratas que eran cristianos devotos. 18 Uno de los motivos para sospechar de la autenticidad de la referencia cristiana en Tácito, así como de la referencia en Suetonio, es que el término «cristiano» no hace ninguna otra aparición en la literatura romana del siglo i. Resulta muy revelador que ni san Pablo ni san Pedro, que según se cree murieron durante el reinado de Nerón, describieran a sus seguidores como cristianos en sus cartas evangélicas. Ni tampoco los Hechos de los Apóstoles, del Nuevo Testamento, que se cree que escribió san Lucas. Muchos seguidores tempranos de Jesucristo, que era judío, eran judíos también, como Pablo y Pedro. Para los romanos, esa religión basada en un nazareno no era nada más que un culto judío, y por lo tanto sus seguidores durante largo tiempo fueron etiquetados como judíos. Dión Casio, que escribía en el siglo iii, decía que en 95 d.C, el emperador Domiciano hizo arrestar a un cierto número de personas, incluyendo al propio primo del emperador, Flavio Clemente, y a la esposa de Clemente, Flavia Domitila, que también era pariente del emperador, ya que era hija de la hermana de Domiciano. «Se les acusaba de ateísmo, una acusación por la que fueron condenados muchos otros que derivaron hacia las creencias judías», decía Dión.9 Muchos estudiosos romanos posteriores pensaban que el término «creencias judías» era una referencia a la fe cristiana. Citaban el caso de otro importante romano arrestado al mismo tiempo (según Dión, acusado del mismo delito) y que, como Clemente, fue ejecutado. El hombre en cuestión era Manio Acilio Glabrio. Para demostrar la supuesta adhesión de Glabrio a la cristiandad, algunos estudiosos han asegurado que sus restos se encontraron en una catacumba cristiana en Roma. Los que critican esa suposición señalan que esa catacumba se empezó a usar varios siglos después de la muerte de Glabrio. En ninguna parte de los textos de Dión se refiere a esas gentes como «cristianos», un término de uso común en tiempos de Dión, en el siglo iii. En contra de la afirmación de que Glabrio era cristiano, y mártir cristiano además, se encuentra el hecho de que Suetonio, que tenía veintiséis años más o menos y vivía en Roma en el momento de la ejecución de Glabrio, no hace referencia a acusación alguna de ateísmo contra aquel 19 hombre. En realidad, según Suetonio, Glabrio era uno de los tres antiguos cónsules ejecutados por Domiciano porque estaban «acusados de conspiración», no por ateísmo ni por desviarse hacia «creencias judías», como decía Dión más de un siglo después. Suetonio, sin embargo, afirma que Glabrio primero fue exiliado, y luego ejecutado en el exilio por conspiración.10 Igual que sucedía en el reinado de Nerón, se solía exiliar primero a una persona por conspiración, y al final se le ejecutaba como consecuencia de la acusación original. Menos importantes quizá son los pasajes de los Anales referidos a Poncio Pilatos como «procurador», un título que se concede siempre a Pilatos en la literatura cristiana. Pilatos en realidad ostentaba el cargo menor de prefecto de Judea, algo que Tácito, que tenía acceso a los registros oficiales del Tabulario romano, y los citaba con frecuencia en sus Anales, tendría que haber sabido. Después de explicar que era una extendida y «siniestra creencia que la conflagración fue el resultado de una orden» del emperador, los Anales prosiguen: Por lo tanto, para librarse de las consecuencias, Nerón echó la culpa e infligió las torturas más exquisitas a una clase odiada por sus abominaciones, llamados cristianos por el populus. Christus, de quien venía aquel nombre, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio, a manos de uno de sus procuradores, Poncio Pilatos, y esa malévola superstición, controlada por el momento, rebrotó no sólo en Judea, la fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas las partes del mundo encuentran su centro y se vuelven populares. De modo que se arrestó en primer lugar a todos a los que se consideró culpable. Luego, siguiendo su información, se condenó también a una inmensa multitud, no tanto por el crimen de incendiar la ciudad como por odio a la humanidad. Se añadieron mofas de todo tipo a sus muertes. Cubiertos con pieles de animales, fueron desgarrados por perros y perecieron, o clavados a cruces, o condenados a las llamas, donde ardieron, para servir como iluminación nocturna, cuando la luz del día había expirado. Nerón ofreció sus jardines para el espectáculo, y dio un espectáculo 20 en el circo, mezclándose con el pueblo vestido de auriga o de pie en un carro. E incluso entre los criminales que merecían castigo extremo y ejemplar surgió un sentimiento de compasión. Porque se les destruía no por el bien público, como se quería transmitir, sino para satisfacer la crueldad de un hombre.11 Que fuese arrestada una «inmensa multitud» es otra causa que nos hace dudar de que toda esa gente fuese cristiana. Hasta la propia Iglesia católica reconoce que la comunidad cristiana en Roma en el año 64 d.C. debió de ser muy reducida. El apóstol san Pablo, en sus cartas, solía consignar la lista de los diversos líderes cristianos de la ciudad donde estaba; en sus cartas de Roma de 60-62 d.C. no nombra a un solo cristiano local. En una carta que parece estar escrita en el año 66 d.C, mientras permanecía encarcelado en Roma por segunda vez, nombraba en concreto a tres varones y una mujer cristianos que vivían en Roma; por sus nombres, parece que ninguno de los cuatro era ciudadano, sino que probablemente se trataba de antiguos esclavos.12 Que en realidad hubiese cristianos en Roma por aquel entonces es algo que afirman los Hechos de los Apóstoles, que refieren que un pequeño grupo de cristianos salió de la ciudad para reunirse con Pablo en su última parada fuera de Roma, mientras se dirigía hacia la capital, en la primavera de 60 d.C.13 Pero que Tácito describiese a esa pequeña comunidad como una «clase» de Roma no suena nada creíble. La observación de que Nerón ejecutó a algunas de esas personas en cruces después del gran incendio no nos dice si eran cristianos o no, pero sí nos dice que no eran ciudadanos romanos. La crucifixión era el método habitual de ejecución para los no ciudadanos convictos de algún crimen en todo el Imperio romano, siglos antes y después de la crucifixión de Cristo. El uso de cruces para la ejecución de aquellos prisioneros no era una alusión deliberada a su cristiandad ni una burla de ella. No tenía nada que ver con la cristiandad. ¿Es una falsificación todo ese fragmento de los Anales, como creen algunos? ¿O bien la persona responsable de la interpolación se limitó a cambiar alguna palabra aquí y añadir 21 una frase allá para distorsionar el original de Tácito, por motivos de propaganda religiosa? ¿Y si el texto original hubiese descrito a los arrestados y ejecutados por iniciar el fuego como seguidores de la diosa egipcia Isis, por ejemplo, en lugar de cristianos? En ese caso, lo único que tuvo que hacer el interpolador fue sustituir «egipcios», como eran conocidos los seguidores de Isis, por la palabra «cristianos». La adoración de Isis estaba entre los cultos religiosos más populares seguidos por los no ciudadanos romanos del siglo i. Los primeros altares de Isis aparecieron en el monte Capitolino ya a principios del siglo i a.C. Destruidos por el Senado en 58 a.C., pronto fueron reemplazados por un templo a Isis, el Iseum, que fue arrasado por órdenes del Senado ocho años más tarde. El llamado Primer Triunvirato, Octavio, Antonio y Lépido, hizo erigir un nuevo templo para Isis y su consorte Serapis en 43 a.C. (el Iseum Campense) en el Campo de Marte, a las afueras del Roma hacia el norte. Finalmente, se construirían también en Roma otros grandes Isea o templos a Isis, uno en el monte Capitolino y otro en Regio III, y otros más pequeños en las colinas Celia, Aventina y Esquilina. Isis, a quien se consideraba una diosa bondadosa que aceptaba a hombres y mujeres, ricos y pobres, y que prometía la vida eterna y consuelo para las aflicciones terrenales de sus seguidores, pronto tuvo miles de seguidores entre todas las clases de Roma, pero sobre todo entre las inferiores. El culto de Isis implicaba ciertos misterios que los seguidores no podían revelar a los no creyentes. Incluso había bastantes similitudes entre el culto de Isis y la posterior fe cristiana, entre ellas la iniciación mediante el bautismo con agua, la creencia en la resurrección y la adoración de una madre y un hijo sagrados, Isis y Horus. Posteriores estatuas de la Virgen María alimentando a Jesucristo niño muestran un asombroso parecido con las antiguas estatuas de Isis alimentando a su hijo Horus, que muy bien pudieron inspirarlas. Hacia 64 d.C. el culto de Isis llevaba un siglo disfrutando intermitentemente del favor de Roma. En 21 a.C. la mano derecha de Augusto, el eficiente Marco Agripa, prohibió que se practicaran los ritos del culto de Isis en el radio de una milla 22 de Roma. En 18-19 d.C., durante los primeros años del reinado del siguiente emperador, Tiberio, cuatro mil «egipcios» y judíos, todos ellos libertos en edad militar (dieciocho a cuarenta y seis años) fueron reunidos en Roma y enviados a reprimir forajidos en la isla de Cerdeña. Al resto de los egipcios y judíos de la capital, incluidos aquellos que tenían la ciudadanía romana, se les requirió que abandonasen su fe o partiesen de Italia en una fecha dada. Además, según relata Suetonio, Tiberio forzó «a todos los ciudadanos que abrazaban esas fes supersticiosas a que quemasen sus vestiduras religiosas y otros accesorios».14 Aquellos sacerdotes de Isis que no abandonasen su fe serían crucificados, siguiendo las órdenes de Tiberio. Según el autor Filo Judeus, un anciano judío del siglo i de Alejandría, esa persecución pre-cristiana de los judíos la llevó a cabo el prefecto del pretorio de Tiberio, Sejano, que poseía, según las palabras de Filo, «odio y designios hostiles contra la nación judía».15 Mientras tanto, se decía que Tiberio en persona había arrojado una estatua de Isis al río Tíber. Con el siguiente emperador, Cayo (conocido como Calígula), tanto los egipcios como los judíos volvieron a Roma, y se adoptó oficialmente a Isis en el panteón romano. Calígula incluso dedicó su nuevo palacio en el monte Palatino a la diosa, llamándolo Aula Isíaca o Sala de Isis. Pero su sucesor Claudio expulsó a todos los seguidores de Isis de Roma por «crear disturbios», según Suetonio. Los judíos fueron expulsados por Claudio por separado de la ciudad por similares «disturbios».16 Con Nerón, no sólo se permitió el culto de Isis en Roma, sino que el emperador también añadió varias festividades isíacas al calendario oficial. Nerón pasaría por un periodo en el cual se obsesionaría con todo lo egipcio, y se ha sugerido que su interés por Isis pudo provenir de la influencia de Queremón, antiguo bibliotecario en el Sarapeum, el templo de Serapis, en Alejandría. Se dice que este estoico egipcio fue tutor de Nerón durante un breve tiempo cuando era niño. También se ha dicho que una vez Nerón se convirtió en emperador, Apolonio de Tirana, cliente de Nerón que, guiado por los sacerdotes egipcios, aseguraba ser profesor del cielo y seguidor de Isis, influyó en las creencias de Nerón. Muchos 23 eruditos piensan que Nerón, destrozado por la culpa tras el asesinato de su madre en 59 d.C., empezó a buscar una espiritualidad que le condujo, al menos durante un tiempo, a abrazar personalmente el culto de Isis, la diosa madre. Aunque su interés por Egipto y las costumbres egipcias no se había desvanecido en 64 d.C., parece ser que Nerón ya había abandonado a Isis en su inquieta búsqueda de alivio espiritual. Algunas leyendas cristianas incluso sugieren que Nerón consultó al apóstol Pablo cuando el evangelista estaba en Roma, ya que Pablo había convertido al cristianismo a la amante liberta de Nerón, Acte, y a su copero oficial en el Palatium. A través de esos dos, según quiere la leyenda, el emperador consultó a Pablo. La creencia tradicional de que Acte era cristiana, o la perpetuación moderna de esa leyenda, procede de la novela de 1895 Quo Vadis? del autor polaco Henryk Sienkiewicz, ganador del premio Nobel, que hizo cristiano al personaje de Acte. Se supone que parte del atractivo del credo de Pablo para Nerón era la creencia en una madre santa y un nacimiento virginal, una creencia compartida por la cristiandad, el culto de Isis y otras religiones orientales, pero eso se contradice con el hecho de que la Virgen María nunca apareciera en las enseñanzas de Pablo. Tácito deja bien claro que a pesar de cualquier acto de benevolencia por parte de Nerón inmediatamente después del gran incendio, que según dice Tácito, le atrajo una gran popularidad a corto plazo entre el público, no pudo sobreponerse al rumor que corrió por toda la ciudad más rápido aún que las devoradoras llamas: él mismo había causado el desastre. Estaba en el carácter de Nerón —que tenía veintiséis años y llevaba toda su corta vida dominado por otros y agobiado por problemas de falta de confianza, y se veía acosado por una absurda campaña de rumores que le echaba la culpa del fuego a él— encontrar alguna cabeza de turco, para desplazar la culpa de sus propios hombros a los de otro. El culto de Isis, que atrajo a Nerón en un principio, luego llegó a decepcionarle. Al final se burlaba del culto públicamente. Al echar la culpa del gran incendio a los seguidores de Isis, podía estar seguro de aprovecharse de un desagrado muy ex24 tendido por ese culto. A los demás romanos, sobre todo los de las clases superiores, no solían gustarles los seguidores de Isis. El poeta Juvenal, por ejemplo, los ridiculizaba. Su contemporáneo Plutarco, el historiador griego que sirvió como sacerdote en el Templo de Apolo de Delfos, consideraba detestable el culto de Isis. Suetonio, a principios del siglo ii, describía este culto como «un orden bastante cuestionable».17 Uno de los motivos por los que la mayoría de los romanos criticaban aquel culto era su adoración de los animales, entre ellos el cocodrilo, el ibis y el mono de cola larga. A la propia Isis se la representaba con cuernos de toro sobresaliendo de la cabeza y su consorte masculino, Serapis, dios del inframundo, a menudo se representaba como un toro. El Navigium Isidis era un festival de Isis que tenía lugar el 5 de marzo, y que se había convertido en parte del calendario romano, como inauguración anual de la temporada de navegación del Mediterráneo mediante la bendición de las flotas. En la procesión oficial que abría las festividades tomaba parte un sacerdote que llevaba la cabeza de perro de Anubis, el dios egipcio de la muerte. Esos dioses animales eran aberrantes para los romanos, acostumbrados a adorar a deidades con forma humana, y la participación en el culto se consideraba algo vergonzoso. Otras pruebas apuntan a la identidad de aquellos que fueron ejecutados por orden de Nerón después del gran incendio. Examinemos otra vez lo que dicen de ellos los Anales: «Se añadieron a las muertes burlas de todo tipo. Cubiertos con pieles de animales, fueron desgarrados por perros y perecieron». Consideremos también que los romanos creían que los seguidores de Isis adoraban a los animales, y que Anubis, el dios egipcio de los muertos, tenía cabeza de perro. Inversamente, los sacerdotes de Isis se abstenían de todo contacto con productos animales, que consideraban impuros, y llevaban ropa de lino y sandalias de papiro. Por todos esos motivos, la mofa a la que se refiere Tácito, obligando a los condenados a vestir pieles de animales mientras los desgarraban unos perros, sugiere que esas personas eran seguidores de Isis. Había también otra conexión: como Nerón debía de saber muy bien, el fuego formaba parte importante de las obser25 vancias de la religión isíaca. De modo que matar a los prisioneros quemándolos no era sino otra burla más del culto, que habría hecho muy creíble la conexión entre la adoración a Isis y el gran incendio para los romanos de la época. No es imposible que los seguidores de Isis fuesen culpables de extender el fuego para «limpiar» Roma, o incluso quizá de prender el foco secundario en la propiedad Emiliana. La primera parte del fragmento pertinente de Tácito, tal y como éste lo escribió, quizá hubiese podido decir algo como lo siguiente: «Consecuentemente, para librarse de las represalias, Nerón echó la culpa e infligió las más refinadas torturas a una clase odiada por sus abominaciones, seguidores del culto de Isis, llamados egipcios por el populacho, que habían enraizado en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas encuentran su centro y se hacen populares». Todo indica que el culto de Isis fue decayendo a lo largo de los años siguientes, después del gran incendio, antes de que uno de los tres primeros emperadores del tumultuoso año 68- 69 (Galba, Otón o Vitelio), en el que hubo cuatro, permitiera de nuevo la adoración de Isis. Tan rehabilitado quedó el culto de Isis bajo los emperadores Flavios que en 71 d.C. Vespasiano y su hijo Tito velaron en el Iseo del Campo de Marte la noche antes de celebrar su triunfo conjunto por haber sofocado la revuelta de Judea. El segundo hijo de Vespasiano, Domiciano, último de los tres emperadores Flavios, salvó la vida al disfrazarse de sacerdote de Isis en diciembre de 69 d.C. Quizá se afeitara también la cabeza como hacían los sacerdotes, que se afeitaban el cuerpo entero cada tres días, y adoptase su sencilla túnica de lino que llegaba hasta los tobillos para escapar del complejo capitolino envuelto en llamas, acompañado por su primo Clemente, disfrazado de la misma guisa. Quizá llevasen también las máscaras con cabeza de perro de Anubis, como fue el caso cuando un edil llamado Marco Volusio usó el mismo disfraz, el de un sacerdote de Isis, para escapar de las proscripciones del Primer Triunvirato que siguieron al asesinato de Julio César. La huida de Domiciano se produjo cuando los hombres de la guardia personal del emperador Vitelio, la llamada Guardia Germana, 26 cercaban al hermano de Vespasiano, Sabino, a los miembros de su familia y a los que les apoyaban en el monte Capitolino. En cuanto ascendió al trono, Domiciano se declaró a sí mismo encarnación del consorte de Isis, Serapis, y animó y promovió activamente el culto. Reparó el templo de Isis en el Campo de Marte, que estaba muy dañado por el incendio del año 80 d.C., y decoró otros diversos templos de Isis y Serapis, incluyendo el del Capitolio. Se cree también que fue Domiciano quien erigió un nuevo templo a Isis en Beneventum en 88 d.C. El historiador Tácito, senador durante el reinado de Domiciano, despreciaba al joven emperador cruel y vengativo y todo lo que representaba, pero se sentía avergonzado de sí mismo por consentir el sangriento gobierno de Domiciano. Sin duda, como su compañero historiador Suetonio, Tácito también despreciaba el culto de Isis, y lo tachaba sin vacilación de «espantoso y vergonzoso», aunque no fuera por otro motivo que por el hecho de que lo había adoptado Domiciano. En realidad, resulta dudoso que Tácito, partidario devoto de los dioses romanos, hubiese oído hablar mucho de la cristiandad o de Cristo, mientras que llevaba toda su vida en contacto con el culto de Isis, del que sí tenía conocimiento. Todo esto hace mucho más probable que describiera como «espantosos y vergonzosos » a los isíacos, y no a los cristianos. Sin embargo, a pesar de todo este asunto de los violines y los cristianos y el misterio de quién prendió el fuego, hay que explorar otras cuestiones históricas mucho más complejas relativas al gran incendio. La Roma del año 64 d.C era una metrópoli populosa y floreciente que, según se decía, no dormía nunca. Experimentaba un tiempo de auge, igual que el Imperio romano en su conjunto. Los desastres militares de unos años antes en Oriente y en Britania eran ya historia reciente. En Britania, la reina guerrera celta Boudica y sus rebeldes habían sido aplastados de una forma sangrienta en 60-61 d.C., y se había establecido allí el comercio habitual para los romanos. En Armenia, el brillante general romano Domicio Córbulo había derrotado dos veces a las fuerzas armenias y partas, y en 63 d.C. obligó al rey de Armenia, Tirídates I, de origen parto, a convertirse en aliado de Roma. 27 Más aún, Córbulo había conseguido el acuerdo de Tirídates de que acudiría a Roma, se inclinaría ante Nerón y le reconocería como señor y soberano... cosa que hizo en 66 d.C. Nunca antes se había inclinado un parto ante un emperador romano. La fama y la popularidad de Nerón estaban en su punto álgido entre el pueblo común romano. ¿Cómo es posible entonces que cuatro años después del gran incendio la gente le diese la espalda y éste se viese obligado a abandonar su trono? ¿Qué había cambiado la actitud del público, sofocando su ardor y destruyendo su lealtad hacia el joven emperador, último miembro de la reverenciada familia de los Césares? Hubo frecuentes y graves incendios en Roma antes del 64 d.C, y varias conflagraciones más destruirían partes significativas de la ciudad a lo largo de los cuarenta años que siguieron. El incendio más importante después del que nos ocupa fue un fuego provocado que destruyó el complejo capitolino en 69 d.C. Otro fuego causó una devastación muy extensa en el Campo de Marte en 80 d.C., y otro provocó graves daños en el centro de Roma en 104 d.C. Sin embargo, la destrucción de casi dos tercios de Roma por un fuego rugiente fue un desastre que sólo se pudo comparar a la destrucción de gran parte de la ciudad por parte de los celtas en 390 a.C. Fue un acontecimiento que indudablemente traumatizó a la población. Y unos meses después del incendio de 64 d.C., salieron a la luz diversas conspiraciones de aristócratas romanos y de oficiales de la propia guardia de palacio de Nerón para derrocarle. Un año después de esas conspiraciones, estallaron rebeliones más importantes contra el gobierno de Nerón en Judea y la Galia, y la suerte quedó echada. Se aproximaba ya la era menos gloriosa de Nerón. Aquí exploramos dos aspectos del gran incendio: el fuego físico que sepultó la capital del mundo romano en 64 d.C. y el fuego político desencadenado por sus efectos, y que condujo a la destrucción de la dinastía de los Césares. Usando los textos de numerosos autores clásicos como fuente, en la obra seguimos fielmente la vida de Nerón y de muchas de las figuras cuya fortuna se vio afectada por el gran incendio. La historia empieza a la vez que el año 64 d.C., el día de Año Nuevo.

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